
esplegándose, sin prisa,
en un jardín exhuberante de verde—
pétalo a pétalo, hoja a hoja,
las flores extienden sus lenguas bermellón,
elevando filamentos áureos hacia la luz del sol,
mientras sus estambres se alzan
como oraciones de ámbar en el aire primaveral.
La sed de una flor no es solo de agua,
sino también de luz; y cuando los pétalos se abren,
se convierten en oraciones de ámbar en el aire primaveral.
esto se convierte en una unción de hierbas:
y mientras los pétalos de las flores despliegan sus estandartes de seda,
se convierten en una encarnación fosforescente,
un susurro vibrante del devenir.
Sin embargo, cada fuego de fénix floreciente
debe inevitablemente rendirse al abrazo de la gravedad.
deben retirarse al vientre terrenal que nos nutre a todos.
allí deberán abrazar el silencio invernal que susurra extrañamente.
No obstante,
la descomposición no es ruina, sino reforma:
la desintegración es simplemente una profunda meditación estacional.
Y así entramos en una espiral sagrada,
siempre desplegándose, transformándose.